El espejo en el Valle del Omo
Recientemente, alguien me ha comentado una conversación que había tenido hace unos años con el gran fotógrafo Hans Silvester, que pasó décadas entre los pueblos del valle del Omo, en Etiopía.
Preguntado sobre las innovaciones que habían cambiado la vida de estas tribus, tan aisladas del mundo moderno, Silvester citó dos puntos:
➜ El Kalashnikov
➜ El espejo
Es fácil imaginar cómo el Kalashnikov pudo alterar las costumbres y el equilibrio de estos nómadas. Pero, ¿y el espejo?
Una de las señas de identidad de los pueblos omo es la notable pintura corporal que llevaban de la cabeza a los pies, cuya ejecución era una actividad eminentemente social. Era imposible maquillarse de tal manera en solitario: una persona pintaba la cara de la otra, y viceversa.
Con la introducción del espejo, empezaron a pintarse su propia cara en lugar de ocuparse de la del otro, y este tiempo compartido se convirtió en un acto individual.
¿Cómo no pensar en el impacto que el smartphone ha tenido en nuestra sociedad en los últimos 15 años?
Como el espejo para las tribus del Omo, ¿no ha provocado este objeto práctico un repliegue sobre nosotros mismos por el que ahora estamos pagando un alto precio?
La soledad ha aumentado considerablemente en todos los países occidentales desde principios de la década de 2010; el número de horas que pasamos solos se ha incrementado de forma espectacular; el narcisismo se refleja en los millones de selfies que se publican cada segundo.
Este ejemplo también nos recuerda que incluso las tecnologías que nos parecen más inocuas -¡el espejo! - no son neutras y son capaces de cambiar inesperadamente los cimientos de una sociedad.
Así, cuando una tecnología es capaz no sólo de reflejar nuestra imagen, sino también de descodificarnos, interrumpirnos, incitarnos a elegir una opción en lugar de otra, etc., su poder es bien distinto.
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[Fotografía de Hans Silvester, del sitio web www.printempsdelaphotographie.fr]